Tarifa, la meca europea del viento, es un paraíso de veinte kilómetros de playa en el punto más meridional del continente, a menos de quince kilómetros de África. Pero no solo el mar define a la localidad tarifeña, un paraíso natural también de tierra, como lo anuncian los dos parques naturales que incluyen su término municipal, el del Estrecho y Los Alcornocales. Su costa es su carta de presentación, capital mundial de los deportes náuticos, en especial de tabla y vela, desde el windsurf más tradicional, al kitesurf más reciente, junto a modalidades ahora en auge como el wingfoil o el paddle-surf. Además de albergar competiciones internacionales de todas estas modalidades, Tarifa alberga más de una veintena de escuelas de todas las especialidades.
El mar ofrece también actividades para el turismo al margen del deporte y una de las más populares son las salidas en barco para la observación de cetáceos en aguas del Estrecho. Igualmente atractivo resulta conocer el trabajo que se desarrolla en la almadraba, un arte de pesca milenario para el atún.
Y de la almadraba, a la mesa. La gastronomía tarifeña ofrece un enorme abanico de posibilidades que abarca todas las opciones. El pescado, de nuevo mirando al mar, es una de las especialidades con el atún rojo como referente. Pero además del pescado y de lo que ofrece la huerta de la campiña, también brilla la carne de ternera de raza retinta y la carne de caza, en temporada. La gastronomía es otro de los principales reclamos de la cocina tarifeña, con la cajilla como dulce típico.
En materia cultural, Tarifa también sobresale. Uno de los puntos imprescindibles es el yacimiento romano de Baelo Claudia, que ofrece una interesante visita en un enclave junto a la playa de Bolonia. Su teatro sigue acogiendo actividades hoy en día, como un ciclo de teatro clásico o la programación estival, con música, danza y teatro.
Además de ello, en el casco tarifeño se puede disfrutar de dos castillos, el de Guzmán el Bueno y el de Santa Catalina, así como numerosas iglesias que merece la pena visitar en las angostas calles del centro histórico, así como la Alameda. Una cita única tiene lugar cada año, como es el Festival de Cine Africano, un lazo con el continente situado en la otra orilla del Estrecho que se refuerza con cada edición de un encuentro que comparte con Tánger.
Esa apuesta por la cultura se complementa con el ocio en chiringuitos repartidos por la larga costa de la localidad andaluza que cada año recibe el mayor número de campistas en la región, con una oferta de lo más variado para este tipo de establecimientos.