Estamos en Conil. Un bello pueblo blanco en la misma costa impregnado de la brisa y las tradiciones marineras donde poder ir a casi todas partes andando sin prisas, donde tomarte tiempo para tus baños de sol y mar en playas envidiadas en infinidad de latitudes por la limpidez de sus aguas y clima templado, donde mientras vas y vienes, sin horarios, disfrutar por el camino de los sabores de su cocina y todavía sobrarte tiempo para dialogar con los tuyos de vuestras cosas.
Muchos de los que repiten su destino aún no lo saben, pero son estas tres o cuatro cosas las que indefectiblemente les hacen volver una y otra vez a Conil, el lugar ideal en el que apreciar en toda su extensión el atractivo turístico de lo simple, de todo aquello que nos aleja de nuestra complicada, cansina y gris vida rutinaria, sin tiempo para echarle cuenta a nuestros sentidos. Para los que aún no lo conocen, decirles que a pesar del desarrollo turístico experimentado en los últimos veinte años, Conil sigue manteniendo algunas de sus señas de identidad. Con sus 14 kilómetros de playas de variadas fisonomías, algunas entre las mejores del sur de la península, sobra decir que, aunque con diferentes cometidos, siempre ha mirado al mar, profesando culto al atún rojo de almadraba. Desde los hosteleros locales más tradicionales hasta los cocineros más innovadores certifican que existen cientos de formas de prepararlo, conformando, junto a las igualmente seculares verduras de la zona, la nota distintiva de sus platos más afamados.
Vestigio imponente de su larga tradición almadrabera lo tenemos en La Chanca, un recinto del siglo XVI, perfectamente restaurado y casi a pie de playa, donde se realizaba todo el proceso de despiece y salado del atún. En sus 7.500 m2 acoge desde la biblioteca municipal hasta salas de exposiciones y el Museo del Atún.
Pero antes de caigamos seducidos por la proximidad de la playa, les proponemos un relajado paseo por su centro (Conjunto Histórico Artístico desde 1983), partiendo de la Puerta de la Puerta de la Villa hasta alcanzar la Plaza de Santa Catalina (sede de un hermoso templo desacralizado), donde subiremos a la Torre de Guzmán (1502), para tener una panorámica general de la localidad. Desde allí, a través de la populosa calle Cádiz, repleta de pequeñas tiendas y restaurantes, nos dirigiremos al Barrio de los Pescadores, un laberinto de estrechas callejuelas y patios decorados con flores donde se respira una forma de vida tradicional, ajena al ambiente del turismo estival.
En apenas unas primeras horas en Conil, nos podemos hacer una idea de que estamos en un pueblo que rezuma tradición por los cuatro costados, ahora solo nos queda descubrir nuestro propio plan para encarar unos días de vacaciones intransferibles e inolvidables, donde el valor de lo simple nos haga descubrir en términos turísticos que menos es más.